Viejas estampas y personajes de Cazorla
Ayuntamiento del siglo XVI
En este post os mostraré algunas estampas fotográficas del Ayuntamiento de Cazorla y dos relatos de los aconteceres de un personaje celebre de este pueblo narrados por el médico Don Medardo Láinez, que empieza así: A las seis de la mañana del día 30 de Abril del año 1890, muere a los cuarenta y cinco años de edad, en su domicilio sito en la calle del Pórtico, el maestro sastre Ramón Ager Erro. El Cronista, que recuerda perfectamente a Ramón Zapata, nombre por el que era de todos conocido Ramón Ager, y que tiene de él recogidas en sus Memorias muchas de las anécdotas que fueron esculpiendo la vida de este castizo cazorleño, estima de justicia llegado el momento de que su nombre figure en esas viejas estampas de nuestro <Anuario>. Fue sin disputa Ramón Zapata, uno de los más célebres y simpáticos cazorleños de la mitad del pasado siglo. Fue un convento de las Mercedarias
Buen mozo, de correctas facciones y tipo arrogante, poseía una potente y bien timbrada voz de barítono, y estaba dotado de un ingenio bien poco frecuente en la parva ilustración de la artesanía de aquellos tiempos. Hombre alegre y jaranero supo alternar con todos sin discutir con nadie. No había juerga a la que Zapata dejase de concurrir como invitado de honor. Pero hagamos punto final a estos datos, pues estimo que para llevar a conocimiento mi biografiado, nada será mejor que relatar, aunque sea con la mayor brevedad, un par de anécdotas de las muchas que de él tengo recogidas. Comencemos por la titulada: Nueva estampa de la plaza
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Zapata, Alcalde de Barrio
Gozaba Hermenegilda, la esposa de Juan Campoy, mujer hombruna y cincuentona, alta, gruesa, ligera de manos y suelta de lengua, de bien ganada fama de ser el terror y azote del Barrio de la Nubla y adyacentes. Era también por todo temido, y con razón sobrada, Fernando Molina, hombre alto y enjuto de carnes, cazador furtivo y jugador de ventaja, de mal genio y pendenciero, por ser el coco y matasiete del mismo barrio. Cierto día, en que a consecuencia de una pedrea resultó descalabrado un hijo de Hermenegilda por otro de Fernando Molina, se lanzó ésta a la calle vociferando como una arpía y en amenazadora y provocativa actitud llegó a la puerta de Molina.
Gozaba Hermenegilda, la esposa de Juan Campoy, mujer hombruna y cincuentona, alta, gruesa, ligera de manos y suelta de lengua, de bien ganada fama de ser el terror y azote del Barrio de la Nubla y adyacentes. Era también por todo temido, y con razón sobrada, Fernando Molina, hombre alto y enjuto de carnes, cazador furtivo y jugador de ventaja, de mal genio y pendenciero, por ser el coco y matasiete del mismo barrio. Cierto día, en que a consecuencia de una pedrea resultó descalabrado un hijo de Hermenegilda por otro de Fernando Molina, se lanzó ésta a la calle vociferando como una arpía y en amenazadora y provocativa actitud llegó a la puerta de Molina.
Su torre de 30m. de altura
Bien pronto la calle se llenó de curiosos. Hermenegilda, cada vez más enardecida, juraba tomarse venganza de Fernando, que en el portal de su casa pugnaba con los suyos para salir a la calle a cortarle la lengua. Cuando el escándalo era mayor, cuando los más groseros epítetos surgían en forma de arrolladora catarata de la boca de ambos contendientes, Ramón Zapata, que vivía al lado de Fernando y era hacía tiempo Alcalde de Barrio, apareció erguido y majestuoso en la puerta de su casa. Vestía irreprochable levita, cubría su cabeza con flamante sombrero de copa, una toalla de flecos, elegantemente anudada a su garganta a modo de gigantesca corbata y apoyaba su diestra mano en un viejo bastón del que pendían las descoloridas borlas de un paraguas como símbolo de su autoridad. Vista general de la Corredera
Un irónico y jocundo silencio reinó de momento en toda la calle. Zapata se fue hacia Hermenegilda, se quitó el sombrero, y haciéndole una ceremoniosa reverencia, la invitó a cogerse de su brazo, con estas cervantinas palabras: <Acepte, mi gentil Hermenegilda, este brazo que le ofrezco en su defensa, ya que claramente veo que el zafio populacho, no le guarda las consideraciones debidas a una dama de su rango>. Hermenegilda, que era una de las mayores admiradoras de Zapata, risueña se colgó de su brazo, y cosa insólita, sin pronunciar una palabra se dejó reintegrar a su domicilio. Perspectiva del Ayuntamiento
Al subir al tranco de la puerta de su casa y dirigiéndose al grupo de curiosos, que a respetable distancia le habían seguido, sin reparar en la presencia de su esposo, que todo azorado, en el portal le esperaba, en son de afectuosa despedida, les espetó estas palabras: <Si no hubiera sido por este tío que tanto quiero, hoy le arranco los talones a Molina>. A lo que Zapata contestó: <Esas versallescas palabras, mi respetable señora, quedarán por siempre grabadas en mi corazón>; y hecha otra reverencia se marchó a su sastrería. La tormenta había pasado, la calle estaba en calma. Al traspasar el umbral de su puerta, dos municipales aparecían por la esquina de la Corredera para ver que pasaba en la calle de la Nubla.
Zapata en MadridÉrase por aquellos tiempos, el Promotor Fiscal del Juzgado de Instrucción de Cazorla, Don Pedro Higueras Sabater, uno de los más íntimos amigos y constante admirador del maestro Ramón Zapata. En una de sus frecuentes escapatorias a Madrid, logró Don Pedro que su amigo le acompañara para ver el efecto que le causaba la Capital de España. Como era de rigor en aquella época, lo primero que vieron fue el relevo de la Guardia. Zapata que lo observaba todo sin admirarse de nada, al llegar frente a Palacio y contemplar el desfile de los alabarderos, al preguntarle el Sr. Higueras si le agradaría ser nombrado director de aquella Banda, contestó secamente: <No>. Lo único que aceptaría, porque supongo que ahí dentro, y señalaba el Palacio de Oriente, se comerá muy bien, sería ser nombrado Gentil hombre de casa y boca.
Y como no es cosa, pues sería el cuento de nunca acabar, seguir paso a paso la estancia de Zapata en Madrid, vayamos directamente y sin rodeos a referir esta anécdota: El dinero se había agotado, y lo que es peor, no quedaba ni para volver a Cazorla. Contrariadísimo Don Pedro no sabía que partido tomar, pues él pasaba por todo, menos por que sus familiares se enterasen de sus andanzas. Con valentía Zapata abordó la cosa. No se apure mi amigo, yo me encargo de que esta noche nademos en la abundancia, tan solo con que me proporcione una guitarra y unas gafas. Amanece Cazorla por su torre
Y en efecto, apenas anochecido y en una de las esquinas de la Puerta del Sol con la calle del Arenal, un ciego joven y arrogante, buen mozo y bien parecido, al compás de una guitarra y haciendo gala de una portentosa voz de barítono, una a una fue cantando todas la más celebres romanzas de las zarzuelas más en boga de aquellos tiempos. El grupo crecía por momentos y la postulación hecha por el lazarillo que le acompañaba, era cada vez mayor. Y fue entonces, cuando el entusiasmo del público estaba en todo su apogeo, y la postulación había llegado al máximo, cuando un señor de edad avanzada y pulcro en el vestir, en quien hasta entonces nadie se había fijado y que con tenacidad impropia de sus años había logrado colocarse en primera fila, al entregar con enguatada mano un duro al postulante, con voz asombrada y colérica exclamó: < ¡Pero eres tú, Perico! >.
Aquel grito fue el ¡Sálvese el que pueda! Perico se caló la gorra hasta los ojos, el ciego tiró las gafas y aprovechándose de los primeros momento de confusión, salieron corriendo por la calle del Arenal hasta perderse por una de sus callejuelas. El grupo de la Puerta del Sol, fue lentamente desvaneciéndose en sabrosos comentarios. El promotor del alboroto que había logrado escabullirse lo mejor que pudo, iba diciendo para su capote: ¿Serán figuraciones mías, o será verdad lo que han visto mis ojos? Todo podrá ser porque yo de mi sobrino no me fío un pelo. Ayuntamiento y teatro de la Merced
A las veinticuatro horas del hecho que relatamos, Don Pedro Higueras Sabater y el maestro sastre Ramón Zapata, bajaban en la Estación de Baeza del tren mixto descendente de Andalucía y tomaban las diligencias de la Loma con dirección a Cazorla. A su llegada nada dijeron de su aventura. Pasó tiempo. El maestro Zapata había muerto y Don Pedro Higueras había escalado los más altos puestos de la Magistratura. ¡Cuantas veces este gran señor, todo bondad y simpatía, debió tonificar su vejez refrescando su memoria con aquellos recuerdos de su amistad con aquel castizo cazorleño que en vida se llamó Ramón Zapata!
Autor de los relatos: Medardo Láinez Año: 1954
Fotografía: Vistas del Ayuntamiento. Abraham López Año: 2008
Autor de los relatos: Medardo Láinez Año: 1954
Fotografía: Vistas del Ayuntamiento. Abraham López Año: 2008
Una torre fija a la que le diste movimiento con distintas perspectivas...ese es el poder del artista
ResponderEliminarGracias alma por tu comentario y tu visita a "Panorámica Cazorlense". Saludos
ResponderEliminarHola, cada vez que visito tu blog me admiro de las fotos y los textos, así es como se aprende a conocer un sitio cuando no podemos visitarlo físicamente, saludos y muchas gracias por tus visitas de una senderista
ResponderEliminarMe ha gustado conocer parte de la Historia de tu ciudad, y mirar tus estupendas fotos, con esta musica tan buena, una delicia para todos los sentidos la visita a tu blog
ResponderEliminarSaludos.
maru
Precioso tu blog y preciosa Cazorla, espero poder ir algún día a conocer todos esos rincones.
ResponderEliminarHe agregado tu blog a la lista de enlaces del mío porque me ha sorprendido gratamente y merece la pena.
Un saludo y muchos besos.
Me encanta la primera foto, el efecto desenfocado es fantástico, una vista realmente preciosa :)
ResponderEliminarRelatos de la tierra, de los orígenes, de las personas y sus vivencias, con maestría y personalidad y acompañados, por unas magníficas fotografias en este maravilloso Blog.
ResponderEliminarMe han encantado los relatos, ahí quedarán para que se trasmitan y no caigan en el olvido, así permanecerán, siempre vivos en el recuerdo de las gentes, como testigos de una época.
Mis felicitaciones, una vez más, amigo Abraham.
Un abrazo.